Hoy he decidido traeros este pequeño ''stop motion'' que, como de costumbre, encontré en un artículo de Internet. No he podido evitar hablar de él ya que me ha gustado el hecho de que el periódico le haya dado importancia por haber sido hecho por una artista sorprendentemente joven que ha debutado tan solo hace un par de días..
Como siempre, aquí os dejo el artículo: ''Hoy os traemos lo último en arte. Hace tan solo un par de horas en el museo del Louvre, la joven artista (de tan solo 16 años), nos ha mostrado sus numerosos cuadros, vídeos y esculturas a lo largo de su exposición: ''Historia es vida''. Esta exposición ha resultado verdaderamente fascinante y todos los críticos la han alabado hasta tal punto que la joven Lia Cleverwell(la artista de la que estamos hablando), ha sido nominada a varios premios internacionales (siendo uno de ellos el Future Generation Art) por sus maravillosas esculturas, sus curiosos y coloridos cuadros y los diferentes cortos de stop motion que nos ha enseñado durante la tarde. Sin embargo, su obra magna fue el siguiente corto:
A través de este cortometraje nos mostró de un modo muy sencillo el paso del tiempo en la historia mediante una animación en la que tan solo utiliza una enciclopedia, un reloj de pulsera y su cámara. Cleverwell también nos cuenta que mediante un ángulo en picado nos da a entender lo amplia que es la página que va pasando y todos los contenidos que tiene. Esto representa lo inmensa que es la historia, la gran cantidad de sucesos que han acontecido y lo mucho que nos queda por recorrer. La luz que hay en la sala en la que tomó las fotografías que después utilizaría para hacer el corto es frontal y con ella lo que quiere es que las páginas destaquen, que nos demos cuenta de que la historia es verdaderamente importante y que no solo debemos fijarnos en en los muchos hechos que acontecieron sino en los fallos que tuvieron para poder solucionarlos. '' Lo que más me ha fascinado sobre esta noticia no solo ha sido lo joven que era esta Clverwell, sino la cantidad de talentos que tenía y lo bien que se expresaba mediante las esculturas, los cuadros y otros medios audiovisuales. Como siempre si estáis interesados, dejad un comentario y seguid visitando mi blog para recibir más noticias interesantes.
Hace poco encontré un artículo, subido a Internet el 16 de abril del año pasado. No se si todos los sabéis pero este día se celebra el Día Mundial de la Voz y es por esto que creo que no fue casualidad que esa mañana me encontrase con esta noticia tan emotiva. ''Hoy es el 16 de abril del 2018. Durante las siguientes 24 horas se conmemorará el Día Mundial de la Voz. No es muy sabido que el 5% de la población mundial es muda y no se habla mucho sobre los problemas que han de afrontar en su día a días. Por ello nos gustaría mostraros la hermosa historia de Lilia, una chica muda que no podía comunicarse bien con su vecino, quien no sabía hablar lenguaje de signos y de cómo logró que el hombre cambiase su vida mediante dibujos. Antes de comenzar con la narración de este suceso me gustaría anñadir que el siguiente relato lo hemos recibido a través de Pablo, un hombre que tiene mucho que ver con lo que estáis a punto de leer. La historia comenzó cuando Lilia aún era muy pequeña y salía a jugar al parque con sus padres y su mascota. Todos los fin de semana salían al parque y todos los días al volver se encontraban con su vecino Pablo, quien siempre estaba fumando cigarrillos con tabaco fuera de su casa ya que a su mujer le molestaba el humo que expulsaba por cada calada que daba. Como ya he dicho al principio, Lilia aún era muy pequeña; sin embargo, fue creciendo y aunque ya no iba al parque pasaba todos los días enfrente de la casa de su vecino para ir al colegio y más tarde para ir al instituto. El tiempo pasaba pero Pablo seguía fumando en la entrada de su casa un par de cigarrillos al día. Su mujer no cesaba de avisarle de que su mal hábito no tardaría mucho en hacerle efecto y lo cierto es que su esposa tenía razón ya que, con el pasar de los días, Pablo había notada que le daban fuertes ataque de tos. Debido a que algunos ataques eran tan fuertes solía temer no poder pararlos y ahogarse enfrente de su propia casa. En una ocasión Lilia vio cómo Pablo sufría uno de estos ataques y sin pensárselo dos veces corrió a su casa en busca de un vaso de agua y ayudó a su vecino a recomponerse. El hombre le dio las gracias y Lilia hizo un par de gestos con sus manos intentando decirle que no había por qué darlas. Sin embargo, su vecino no entendía lenguaje de signos y le explicó que no había entendido lo que le acababa de decir. Lilia solo sonrió y se fue. La chica se dio cuenta de que los ataques de tos cada vez eran más frecuentes y también se percató de que su mujer cada vez estaba más preocupada por su esposo. Por ello, se dispuso a buscar una solución para la situación que su vecino pudiese comprender sin necesidad de que este entendiese el lenguaje de signos. Los primeros días pegaba el mismo dibujo en la puerta de su casa, el cual era el siguiente:
Esta imagen llevaba siempre en el pie de página la firma de Lilia. Pablo veía todos los días la misma imagen pegada en la puerta de su casa, mas no le daba importancia y seguía fumando, sin siquiera preocuparse por su propia salid. Mas Lilia se encontraba decidida a ayudar a su vecino. Por lo que eligió cambiar la táctica y en vez de dibujar una señal que indicase que debía dejar de fumar, dibujó una que implicase que la familia de su vecino también se implicase en el proceso de mejora de la salud del hombre. La imagen de la que hablo es esta:
El día en que el hombre vio una imagen completamente diferente de la que solía encontrar pegada se sorprendió. Esta otra tenía en su pie de página no solo la firma de Lilia, sino además una oración que decía: ''Deporte con familia''. El hombre tampoco prestó atención a la imagen mas su esposa pensó que no era una mala idea que su marido, sus hijos y ella saliesen de viaje a algún sitio en el que pudiesen realizar actividades juntos fuera de la gran ciudad. De este modo salieron durante varios días a una zona rural en la que disfrutaron tiempo de calidad los unos de los otros. Durante este viaje el hombre apenas fumó y de esta forma logró ver que no necesitaba los cigarrillos y de esta forma comenzó a dejar de fumar poco a poco. Sus ataques de tos permanecieron pues sus pulmones ya se encontraban demasiado dañados, pero, al menos, ya no eran tan frecuentes como antes. Lilia, se percató de los cambios positivos que su vecino había llevado a cabo y volvió a colocar otro dibujo en su puerta. Esta vez se trataba del último.
Este último dibujo traía su firma (como de costumbre), pero con dos palabras más que le hicieron darse cuenta al hombre de lo importante que había sido los consejos y la persistencia de Lilia para él en los últimos meses. Esas dos palabras fueron: ''Bien hecho''. Pablo, quien además de hacernos llegar esta hermosa noticia, nos contó que cuando vio este dibujo se emocionó y salió disparado a darle las gracias a Lilia y a su familia. Menciona además que sin ella, quizás estaría muerto. Esta historia nos deja una bonita moraleja: ''No tener voz no significa no poder hablar ni ayudar a los demás.'' Ciertamente esta historia me llegó a tocar la fibra sensible y a lo largo del artículo no podía evitar imaginarme cómo se pudo sentir Pablo al darse cuenta de lo mucho que había afectado a su vida una chica muda con la cual hasta hacía poco tiempo no había tenido contacto. Si os ha gustado esa historia no os olvidéis comentar y decir qué pensáis sobre el asunto.
En esta entrada os hablaré de parte de la historia del cine a través de los siguientes artículos que encontré esta tarde: Aquí os dejo los links por si queréis ver la página de la que proceden:
https://www.magazinema.es/articulos/historia-y-cine/
https://www.magazinema.es/cine-musica-ii-los-musicales-modernos-12-peliculas/
''El cine nació sin voz propia aunque con un imprescindible acompañamiento musical que funcionaba como lubricante para las imágenes, pero que le cedía todo el protagonismo a estas últimas. Hasta tal punto el sonido era un complemento que cuando el cine encontró la forma de utilizar sus propias cuerdas vocales y pronunciar así sus primeras palabras apenas se atrevía a hacerlo sin justificarse: el cine había logrado una excelencia tal en la comunicación no verbal que el recurso a la palabra parecía un subrayado innecesario, una vulgarización de su recursos estilísticos. Por ello, no es de extrañar que las primeras películas con voz “sincronizada” – pues no tenían una banda sonora incorporada dentro del propio celuloide que alojaba a las imágenes – se veían casi en la necesidad de justificar el recurso al sonido mediante su utilización más evidente: el canto.
‘The Jazz Singer’ (Alan Crosland, Gordon Hollingshead, 1927)
‘El cantor de jazz’ fue la primera película comercial sonora, aunque cuando uno la ve se da cuenta de que seguía siendo una película muda en toda regla. A excepción de algunos pasajes con actuaciones musicales, la cinta seguía rigiéndose por los mismo códigos que sus predecesoras, si bien la introducción de esas actuaciones donde Al Jolson – con la icónica cara pintada de betún en su número final – cantaba canciones de jazz, abrían la puerta a una nueva técnica que terminarían por cambiar el lenguaje cinematográfico. Si bien es cierto que si no hubiese sido por su uso pionero del sonido esta cinta habría terminado cayendo en el olvido (pronto aparecerían películas sonoras mucho mejores como la excelente ‘Amanecer’ de F.W.Murnau), su utilización de la música cantada como justificación del sonoro hacen que sea imprescindible para entender la historia del cine y para repasar la relación entre la música y el cine dentro del devenir de éste.
‘Sopa de Ganso’(Leo McCarey, 1933)
Por mucho que nos pese a los que sólo queríamos escuchar el siguiente comentario ingenioso de Groucho o la siguiente pantomima de Harpo, los números musicales fueron marca de la casa de los Hermanos Marx a lo largo y ancho de su filmografía. Aunque en algunas ocasiones se limitaban a demostrar las capacidades musicales de los hermanos perdiendo de vista el ritmo de la película, en muchos otros casos conseguían alcanzar una acertada simbiosis entre el humor y el virtuosismo. Este número musical cómico de ‘Sopa de ganso’ da buena prueba de ello.
‘Tiempos modernos’ (Charles Chaplin, 1936)
Dentro de aquel complicado momento de reinvención del nuevo medio, muchos artistas consagrado se resistieron a la nueva moda de hacer hablar a sus personajes, ya fuese por razones comerciales (el doblaje y la internacionalización) o artísticas (la expresividad). Como ya comentamos en una retrospectiva del cómico, Chaplin fue uno de ellos y, aunque luego nos regalase algunos diálogos (y monólogos) brillantes, en la icónica “Tiempos modernos” apenas se atrevió a introducir el sonido y el habla; sin embargo, sí que nos deleitó – en una imapagable mofa hacia el público – con un número musical de su famoso vagabundo, donde todas las palabras eran absolutamente inventadas. Una vez más, la música apareció como justificación de la voz para regalarnos el único momento en que pudimos escuchar y no sólo ver a aquel mítico personaje del cine mudo.
‘Fantasía’(Varios directores, 1940)
Aunque las películas de Disney han hecho de las canciones una de las principales señas de identidad de sus películas más míticas, ninguna de ellas ha centrado tanto su narración en la música como el segundo largometraje del estudio de animación (sin olvidar tampoco que su primera película, ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (1937), era ya una película musical). En Fantasía nos encontramos con una propuesta que roza casi el cine experimental y que se aleja notablemente de los cánones que más adelante desarrollaría el cine de animación: en este caso la técnica no se usa únicamente para llegar a un público infantil sino para crear diferentes mundos de fantasía capaces de conseguir una simbiosis absoluta entre las imágenes y la música clásica que le acompaña. Sorprendentemente, aquí, al contrario que en las películas que hemos citado anteriormente, la música no se convierte en excusa para introducir la voz, sino que permite ilustrar y configurar las escenas animadas, dejando apenas el único espacio al habla a las introducciones de cada pieza que realiza el director de orquesta.
2. El cine musical se instala como género
Aunque, como hemos visto, la música había conseguido introducirse como un elemento narrativo más dentro del cine, con el paso del tiempo fue abriéndose un hueco dentro de su historia para inaugurar su propio género, caracterizado principalmente por sus espectaculares números musicales asociados enmarcados dentro de argumentos cómicos y románticos. Entramos ahora en la época dorada del cine musical como género.
‘Sombrero de copa’ (Mark Sandrich, 1935)
La pareja que formaban Fred Astaire y Ginger Rogers fue una de las más memorables del cine musical, mientras que Mark Sandrich se convirtió en uno de los directores que les llevó a las cotas más altas. Aunque el poco entendimiento fuera de las cámaras entre ambos bailarines hiciera que Rogers decidiera tomar distancia de su partenaire para continuar una carrera en la que no fuera “la pareja de”, este trío nos dejarían algunas joyas del cine musical más inocente y simple como ‘La alegre divorciada’ (1934) o esta ‘Sombrero de copa’ (1935), donde suena, por ejemplo, la memorable ‘Cheek to cheek’ o donde Astaire nos deleita con uno de sus impagables números de claqué.
‘El mago de Oz’ (Victor Fleming, 1939)
Uno de los musicales familiares que más han calado en el imaginario colectivo que no podían faltar dentro de este repaso de la relación entre el cine y música. Una película sorprendentemente excéntrica y técnicamente muy ambiciosa, que sin embargo ha tenido serias dificultades para envejecer, especialmente en el apartado visual. No obstante, la contraposición del sepia para representar el mundo real y el color para representar el mundo de Oz, el nacimiento de la estrella Judy Garlad, y, sobre todo sus inolvidables canciones, siguen resultando tan entrañables como el primer día.
‘A song is born’ (Howard Hawks, 1948)
Sin ser un musical y sin ser tampoco ninguna cumbre del cine de Howard Hawks, este remake hecho por el propio director de su maravillosa “Bola de fuego” (1941) sí que resulta imprescindible en un recorrido sobre las relaciones entre cine y música. En ella, un grupo de eruditos que se encuentra escribiendo una enciclopedia musical descubren de repente que existe una música popular que no están abarcando La película es toda una gozada para los amantes del jazz, pues verán desfilar por pantalla a artistas míticos como Louis Armstrong, Benny Goodman o Lionel Hampton.
‘Cantando bajo la lluvia’ (Stanley Donen, 1952)
Si hay una película icónica del cine musical ésa es ‘Cantando bajo la lluvia’. No sólo es un musical brillante con unos números inolvidables y una de las cumbres de la carrera de Gene Kelly – sin duda la caras más reconocible del género junto con Fred Astaire – sino que también una lección de historia del cine. Si al comienzo del artículo hablábamos de la importancia de la música en la transición del cine mudo al sonoro, esta joya de Stanley Donen nos sitúa justamente en aquel contexto dando lugar a alguna de las escenas más divertidas del género, como esa primera proyección del primer film sonoro de la estrella del cine mudo Lina Lamont. Una joya de principio a fin que nunca nos cansaremos de ver ni de tararear para terminar con una inagotable sonrisa de oreja a oreja.
‘West side story’ (Jerome Robbins, Robert Wise, 1961)
Esta adaptación actualizada, musical y callejera del clásico de Shakespeare de Romeo y Julieta es, sin duda, otra de las cumbres del cine musical. En ella ya se palpa la pérdida de la inocencia del género, que se adentra ahora en una época en la que combina los elementos cómicos y oníricos que le habían definido hasta entonces con historias de tinte trágico y con un profundo romanticismo que, en este caso, también se mezcla con un crítico retrato social de Nueva York, donde la inmigración ha acabado derivando en bandas callejeras endogámicas, cuya diversidad se expresa en la variedad de ritmos que vemos en sus números musicales: desde el jazz a los ritmos latinos, pasando por las inevitables baladas románticas trufadas de violines.
‘¡Qué noche la de aquel día!’ (Richard Lester, 1964)
A lo largo de todo este recorrido hemos querido obviar los documentales sobre músicos, ya que nuestra intención es centrarnos principalmente en la integración de la música como forma narrativa dentro del cine; sin embargo, esta primera película de The Beatles es también una parada obligatoria, pues a pesar de su aspecto documental no deja de ser una divertidísima y libérrima película de ficción que refleja a los “fab four” en uno de sus momentos más dulces y que cuenta con una dirección maravillosa del imprescindible Richard Lester que consiguió nada más y nada menos que inaugurar un nuevo subgénero en el que el rock y el cine empezaban a darse la mano.
‘Sonrisas y lágrimas’ (Robert Wise, 1965)
Junto con ‘Cantando bajo la lluvia’ probablemente sea el musical más icónico de todos los que figuran en la lista. Una película que, a pesar de conservar el ambiente cómico y casi lúdico que solía caracterizar a los musicales, se acerca mucho más al melodrama con su ambientación en uno de los temas fundamentales de la época: la segunda guerra mundial. Imposible no acordarse tanto de la interpretación de Julie Andrews, de ‘Do-Re-Mi’ o de ‘My favourite things”, como de la tensión vivida en su recta final. Un clásico que a veces tiende a verse prejuiciosamente como una película ñoña pero que no deja ser cine en estado puro en ningún momento.
‘La leyenda de la ciudad sin nombre’ (Joshua Logan, 1969)
Una rareza que es tan inesperada como deliciosa: un western musical con Clint Eastwood, Lee Marvin y Jean Seberg. Todo un experimento que sale completamente airoso gracias a su tono autoparódico que rebosa originalidad y descaro en todos y cada uno de sus fotogramas. Un clásico del cine musical a veces olvidado pero imprescindible para cualquier amante del género.
‘Cabaret’ (Bob Fosse, 1972)
El imprescindible director y coreógrafo Bob Fosse – autor también de la memorable ‘Que empiece el espectáculo’ (1979) o del musical de Broadway en el que se basaría posteriormente la película ‘Chicago’ (2002) – nos trae la que es, sin duda, la gran abanderada de una nueva forma de entender el cine musical. Por una parte, porque centra todos los números musicales en un escenario que se intercala con la vida de los protagonistas y que sirve para explicarlos, pero que, sin embargo, no surge espontáneamente dentro de sus vidas; por otra, por su impecable acercamiento al drama, capaz de plasmar la pérdida de las esperanzas de una generación al mismo tiempo que refleja – con sus impecables planos simétricos de apertura y cierre – el auge del nazismo, generando así un interesantísimo contraste entre el ambiente cabaretero y bufo de la canción y el dramatismo de su historia.
Con ‘Cabaret’ damos por cerrada esta primera mitad de la historia sobre el cine y la música, pues, a pesar de haber sido multipremiada en los Oscars, ya suena como a nuevo, mostrando el momento de redefinición (y declive) del cine musical tal y como se había conocido hasta entonces, dejando paso ahora a un nuevo mundo que se abre paso a empujones y que llega con la intención de suplir la magia de la inocencia por la energía de la rebeldía.
Ahora os mostraré lo que podemos encontrar en la seguinda parte de ''Cine y música'':
Con los años 70 el cine se encuentra en un momento de transición en el que el clasicismo empieza a hacer mutis por el foro para dejar sitio a la modernidad, un cambio de paradigma se reflejará tanto en las imágenes y en los contextos de los protagonistas (en su mayoría jovenzuelos universitarios y ligones) como, sobre todo, en la música, donde la magia del jazz y el swing cederán todo el protagonismo a la energía del pop y el rock. Aunque hay quien quiere ver en este replanteamiento del género una muestra de su decadencia, éste se encuentra totalmente revitalizado, si bien lo hace desde una perspectiva totalmente nueva. Pasen, vean, canten y bailen.
‘Jesucristo Superstar’ (John Badham, 1973)
Empezamos nuestro recorrido con un musical que mezcla sorprendentemente rock, funky e historia bíblica contada desde la perspectiva de Judas Iscariote. Basado en el disco homónimo de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice que luego pasaría a ser un musical de Broadway hasta su salto a la gran pantalla. En ella, ya se ve un tipo de musical distinto, con una estética mucho menos clásica y una música tremendamente enérgica que le convertiría en la opera rock por excelencia, donde (un errático) Camilo Sesto pondría la voz en su versión en español.
‘Fiebre del sábado noche’ (John Badham, 1977)
La segunda parada de este recorrido por el cine y la música rock ya no es un musical propiamente dicho, pero en ella la música sigue siendo la espina dorsal. Los actores no se ponen a cantar de repente y a compartir extrañas ensoñaciones, sino que se relacionan en la pista de baile. Su personaje principal, Tony Manero, es un joven neoyorkino con una vida intrascendente que, sin embargo, brilla con luz propia cuando se pone a bailar funky en la discoteca al ritmo de los Bee Gees o The Tramps. Con un tono mucho más serio y trágico que el que se exponía en el musical clásico, John Travolta saltó a la fama con esta película que ha acabado pasando a formar parte del imaginario colectivo gracias, sobre todo, a sus bailes y a su mítica banda sonora.
‘Grease’ (Randal Kleiser, 1978)
Hablar de ‘Grease’ es, para la mayoría de los aficionados al cine (y no tanto), hablar de EL MUSICAL con mayúsculas. Sus canciones han pasado a formar parte del día a día de todos nosotros y no hay persona que no se lance a cantar, bailar o tararear al menos “You’re the one that I want” o “Summer nights” en cualquier karaoke. Una historia más sencilla que el mecanismo de un chupete sobre un chico y una chica adolescentes que están siempre acompañados de sus respectivos grupos de amigos y de amigas, respectivamente, y que se conocen y enamoran sin querer admitirlo durante un verano. Una película fresca, naïf, divertida, rock’n’rollera, muy hortera y con unas canciones tan pegadizas como la gomina de su título pero que, guste más o menos, ha marcado indudablemente un hito dentro de la relación entre el cine y la música gracias a su intento por recuperar y actualizar parte de la magia del musical clásico.
‘The blues brothers’ (John Landis, 1980)
Si ‘Fiebre del sábado noche’ era la película de la música disco y ‘Grease’ la del rock’n’roll, ‘The Blues brothers’ es la película del soul y del rithm’n’blues. Con un sentido del humor mucho más inteligente y absurdo que el de las dos películas mencionadas anteriormente y con un descaro aún mayor, el incorregible John Landis nos trajo a Jake (John Belushi) y Elwood (Dan Aykroid) a la gran pantalla tras su paso por Saturday Night Live en una película sobre una misión divina que mezcla magistralmente música, comedia y género policiaco. No sólo eso, sino que los Blues Brothers se ha convertido además – con sus trajes negros, sus sombreros y sus gafas de sol – en un referente estético a medio camino entre el gangster y el cantante de rithm’n’blues. Una joya imprescindible donde, además, contaremos con la inolvidable participación de estrellas míticas del soul y el blues como Aretha Franklin, Ray Charles o John Lee Hooker.
‘Pink Floyd The Wall’ (Alan Parker, 1982)
La ópera rock es uno de los puntos álgidos de la relación entre el cine y la música en estos años. Después de haber visto las películas de ficción de The Beatles y al mismo tiempo que salían obras como Tommy (Ken Russell, 1975) o Quadrophenia (Franc Roddam, 1979) partiendo de la música de The Who, Alan Parker tomó el album conceptual ‘The Wall’ de Pink Floyd para narrarnos la historia de Pink, un músico de rock ficticio que intenta protegerse de todos sus traumas a través de la construcción de un muro metafórico a través de la música y las drogas, dando lugar a una de las cumbres de la psicodelia.
‘This is Spinal Tap’ (Rob Reiner, 1984)
La madre de todos los documentales sobre bandas de rock es un falso documental sobre una banda de rock inexistente. En una época en la que los documentales sobre bandas como ‘Gimme Shelter’ (1970) sobre los Rolling Stones, o la mítica ‘The last waltz’ (Martin Scorsesse, 1978) sobre el último concierto de The Band, se habían abierto un hueco importante en esa relación entre la música y el cine, ‘This is spinal tap’ llegó para superarlos a todos a través de la ficción y de la mofa, gracias a sus divertidísimas caricaturas de los integrantes de una banda de rock, donde los egos, el esperpento y las extrañas desapariciones de los baterías marcan constantemente el ritmo.
‘Dirty Dancing’ (Emile Ardolino, 1986)
Otra película que vuelve a estar rodeada del horterismo que ya estaba presente en ‘Grease’ o en ‘Fiebre del sábado noche’, pero que, al igual que esta última, se toma a sus personajes con total seriedad. Aquí ya no hay lugar para la magia o la ensoñación, sino recompensa por el esfuerzo, romanticismo y, sobre todo, mucha sensualidad: sus personajes ya no cantan sino que se comunican con el cuerpo en un contexto absolutamente realista donde todo baile viene acompañado de una canción totalmente diegética que o bien muestra un ensayo o bien muestra una representación. Si bien no es una obra maestra, sí que es uno de los referentes más claros actualmente del cine sobre baile, que al fin y al cabo es una forma más de vincular cine y música. Es innegable admitir el carisma y el atrevimiento de sus dos protagonistas, Patrick Swayze y Jennifer Grey, y la relevancia que ha tomado con el tiempo su mítica “The time of my life”.
‘Los commitments’ (Alan Parker, 1991)
Si a cualquier cinéfilo le pides que te recomiende una única película sobre lo que es montar una banda de rock, en el 90% de los casos seguramente acabe recomendándote ‘The commitments’. Esta divertidísima cinta de Alan Parker nos muestra, con una banda sonora compuesta por canciones de soul-rock interpretadas de forma impecable por su banda protagonista, cómo Jimmy Rabitte consigue montar un exitoso grupo de música negra que les catapultará a la fama local, pero que pondrá en evidencia una versión realista y ególatra de los roles de la mayoría de sus miembros. En definitiva, una cinta mítica que ya sólo por su versión de ‘Mustang Sally’, de ‘Take me to the river’ o de ‘Try a little tenderness’ ya habría merecido la pena, pero que, además, resulta ser una cinta tan divertida como despiadada.
4. El post-musical y la melomanía
Durante los años 90 el género musical como tal había perdido ya prácticamente todo su esplendor y tan sólo Disney, que aún paría joyas como ‘La bella y la bestia’ (1991), ‘Aladín’ (1992) o ‘El rey león’ (1994) con numerosos bloques musicales míticos, parecía dispuesto a continuar una tradición a la antigua usanza. El cine ya no es inocente y los espectadores lo saben, y aunque no paren de surgir comedias románticas que hagan que la gente sueñe con una felicidad impostada, el público ya no parece dispuesto a soñar con números musicales absolutamente ficticios que suponen una enorme inversión por parte de unas productoras que han perdido todo su poder de antaño. ¿Quiere decir esto que la música deja de vertebrar buena parte de las producciones cinematográficas? No, en absoluto; tan sólo se reinventa y vuelve en parte a aquellos inicios en los que la presencia de la música debía justificarse a sí misma, ser absolutamente diegética y realista hasta el punto de que los números musicales queden siempre justificados dentro de la propia narración por su representación ante un público. Así, la relación entre el cine y la música empieza a desarrollarse en otras direcciones respecto a las anteriores: por una parte, los musicales ya no son el género de masas que era antes, por lo que en su mayoría deben cuentagotas y a veces reinventándose dentro de un cine mucho más independiente; por otra, las películas que giran en torno a la música ya no se dirigen a ese público que quiere soñar, sino principalmente al melómano que quiere conocer momentos de la historia reciente o que quiere ver a personajes que se rodean de música día y noche como él. Como bien demuestran la cantidad de documentales o biopics sobre figuras míticas de la canción pop y rock, por mucho que se diga que el cine musical está muerto, a día de hoy la relación entre el cine y la música – y más aún con cierta recuperación de famosas obras de Broadway – sigue más vigente que nunca.
‘Alta Fidelidad’ (Stephen Frears, 2000)
Posiblemente una de las películas sobre música más paradigmáticas del siglo XXI, y también una de las que más han calado dentro del imaginario colectivo cuando uno piensa en las relaciones del cine y la música en los últimos años. Su visión desencantada y patética de las relaciones, su autoindulgencia, su relación biográfica con la música (ésa que casi todos tenemos), su absoluta naturalidad y, sobre todo, su impresionante banda sonora, hacen que sea una película inolvidable para cualquier melómano (y, en general, para cualquier cinéfilo). No es un musical, no, pero la música tiene tanta importancia dentro del desarrollo de la película (las letras siguen siendo indicativas de los sentimientos de los protagonistas, aunque estos las seleccionen conscientemente entre su colección de vinilos) como en la caracterización de su protagonista, que es una parada obligatoria para hablar de la música en el cine.
‘Bailar en la oscuridad’ (Lars von Trier, 2000)
Una de las características del musical moderno es, por una parte, que a pesar de mantener cierta magia y ensoñación en sus números musicales casi siempre lo hacen con un trasfondo trágico, como una forma de evasión ante una realidad dramática; por otra, se caracteriza por un intento por buscar la musicalidad en lo cotidiano, integrando los sonidos del día a día para producir esa melodía. Este ‘Bailar en la oscuridad’ del siempre polémico Lars von Trier cuenta – como venía siendo tradición en aquellos tiempos – con una cantante de renombre, la islandesa Björk, como principal protagonista y responsable de la banda sonora, y es un ejemplo perfecto de esta nuevo enfoque del cine musical, también presente, por ejemplo, en películas tan sorprendentes como ‘Zatoichi’, una de las cumbres del cine de Takeshi Kitano, que mezclaba el musical con el cine de samurais.
‘Moulin Rouge’ (Baz Luhrman, 2001)
Seguramente la película que volvió a poner a los musicales dentro del punto de mira del gran público. Protagonizada por unos entronizados Nicole Kidman e Ewan McGrergor, la película recupera cierta parte de la magia del musical clásico por el exagerado romanticismo y esteticismo marca de la casa que caracteriza al cine de Baz Luhrman, pero donde la inocencia brilla por su ausencia. Con canciones modernas de grandes artistas del momento como Christina Aguilera (ese mítico ‘Lady Marmelade’), David Bowie o MIA, el director nos trae una tragedia que consiguió convertirla en un referente tanto cinematográfico como musical.
‘Chicago’ (Rob Marshall, 2002)
Si ‘Moulin Rouge’ fue la película que parecía arrojar un rayo de esperanza a la recuperación del género musical como espectáculo de masas tras una errática carrera con fracasos tan sonados como ‘Evita’ (1996) con Madonna, ‘Chicago’ pareció ser su consolidación al llevarse el Óscar a la mejor película en 2002, convirtiéndose así en el primer musical ¡en 34 años!en recibir ese galardón desde que en 1968 lo recibiera la estupenda ‘Oliver’ (Carol Reed, 1968). Mérito para ello no le faltaba: basada en la exitosa obra de Broadway, Rob Marshall consiguió una película dinámica, fresca, divertida y atrevida con un elenco femenino maravilloso y un ambiente en principio poco propicio para los musicales, como es una cárcel para mujeres y un juicio por asesinato, como si fuera un reverso cómico de aquel ‘Bailar en la oscuridad’ de Von Trier. Igualmente, cabe tener en cuenta que, como en la mayoría de los musicales modernos, casi todos sus números ocurren en paralelo a la narración en el escenario de un teatro en vez de integrarlos absolutamente dentro de los escenarios en que ocurre la acción, de forma similar a lo que ocurría en la inaugural ‘Cabaret’ (Bob Fosse, 1972). Por desgracia, ni siquiera este galardón pareció asegurar el destino del género, que volvería caer prácticamente en el olvido a pesar de intentos loables como el de la atrevida ‘Sweeney Todd’ (Tim Burton , 2007), ‘Nine’ (Rob Marshall, 2009) o la ya exitosa ‘Los miserables’ (Tom Hooper, 2012), todos ellos basados en exitosos musicales de Broadway, o el de la esupenda pero poco conocida ‘Ocho mujeres’ (François Ozon, 2002).
’24 hour party people’ (Michael Winterbottom, 2002)
Una de las películas más paradigmáticas de la actual relación entre el cine y la música es esta joya del interesantísimo Michael Winterbottom centrado en la figura de Tony Wilson, el emblemático productor de Happy Mondays o Joy Division. De nuevo, nos encontramos con una cinta dirigida al público melómano, que busca retratar un momento histórico dentro de la historia de la música reciente con un gran sentido del humor y con una impresionante banda sonora que la convirtió en un clásico prácticamente instantáneo. Aquí no hay grandilocuencia, sino desmadre: exceso de drogas, innovación en la música, promiscuidad… todo un retrato de una época que marcó el devenir de la música y que representa perfectamente este nuevo acercamiento a la música desde el biopic más desquiciado y sucio, totalmente alejado de la magia de los clásicos del género musical.
‘Once’ (John Carney, 2007)
El director John Carney sea seguramente el mayor exponente del cine musical contemporáneo, donde se nos habla de gente que vive para la música, y no sólo de gente que, en una especie de fantasía, se expresa a través de ella. Si bien las magníficas ‘Begin Again’ y ‘Sing Street’ conseguían mantener su premisa y su simpatía, la película con la que llegó al cine, ‘Once’, es el musical indie por excelencia. Hecho con poquísimo presupuesto, con un folk-pop pegadizo, romántico, desencantado y esperanzador al mismo tiempo, nos cuenta una historia de músicos callejeros que consiguen ir haciendo realidad su sueño de montar una banda y grabar sus canciones a pesar de no tener apenas dinero para ello. Un retrato de “perdedores” como todos nosotros que, al fin y al cabo, no han perdido la esperanza de reconciliarse con el mundo y de encontrar su hueco en él derrochando ternura y piedad por los cuatro costados.
‘The sound of noise’ (Ola Simonsson, Johannes Stjärne Nilsson, 2010)
Ésta es, sin duda, la más desconocida de toda la lista, pero aún así es una cinta que está tan ligada con la nueva forma de entender el cine musical, que era imposible no mencionarla. En ella, un grupo de músicos outsiders deciden llevar a cabo un concierto de cuatro piezas compuestas para “seis percusionistas y una ciudad” que se realizan – como ya comentamos antes que era tendencia dentro del género moderno – recurriendo a sonidos y objetos cotidianos en vez de utilizar instrumentos reales, para lo cual deben llevar a cabo actividades delictivas como colarse en un hospital y utilizar a un paciente como tambor o irrumpir como atracadores en un banco bajo el grito “Manos arriba, ¡esto es un concierto!”. Una cinta divertida, fresca, con una banda sonora originalísima y que supone un replanteamiento del musical, pues su punto gravitacional ya no es el canto, sino la instrumentación.
‘La la Land’ (Damien Chazelle, 2016)
Tras la magnífica ‘Whiplash’ (2014) (que también podría entrar perfectamente en esta lista), Damien Chazelle nos ha deleitado con el último y más reciente intento por recuperar el musical clásico tal y como lo veíamos en los años 50: con música original de corte jazzero escrita para la pantalla, personajes que cantan y bailan en cualquier situación, que vuelan, que sueñan, que montan números musicales multitudinarios en medio de un atasco, etc. Una historia romántica, divertida y bonita que, sin embargo, acaba quedándose lejos de la inocencia y la magia de aquellos números musicalesmemorables que nos hacían salir bailando del cine al descompensar la balanza durante su segunda mitad hacia la visión amarga y nostálgica del amor tan característica del cine contemporáneo. A pesar de ser una estupenda película con una belleza estética tremenda, cuando se cierra el telón uno se queda con ese regusto amargo que añora la existencia de más números musicales mágicos como todos aquellos con los que nos deleita en su primera mitad. Esperemos que el siguiente de la lista consiga darse cuenta de que la originalidad del musical a día de hoy ya no pasa por adaptar aquella inocencia a unos tiempos modernos desencantados con la realidad, sino por hacer que el espectador pueda volver a volar.